Es
un día 4 de diciembre y en Andalucía las calles se llenan de manifestantes. Cuentan las crónicas que son cerca de dos millones de andaluces los que se
echan a la calle a reivindicar su libertad y su autonomía. Similares
manifestaciones tienen lugar en Galicia el mismo día. Sólo en Málaga el número
alcanza los doscientos mil, que recorren las calles del centro de la ciudad de
manera pacífica, las banderas blanquiverdes al viento.
Todo
transcurre en un ambiente festivo, sin caer en las provocaciones de la extrema
derecha, que pretende reventar los actos. Sin embargo, la manifestación en la
capital malagueña no termina en el orden en que comenzó: al dispersarse la
multitud hay gritos, carreras, botes de humo, confusión. Un disparo realizado
por la Policía Armada alcanza por la espalda a un joven manifestante. Es un
chico de apenas 19 años, se llama Manuel José García Caparrós, afiliado a
CC.OO., trabajador de una fábrica de cerveza. Sus compañeros cargan con el
muchacho y tratan de llevarle al hospital, pero su vida se pierde por el
camino.
Este
crimen se produce en el año 1977. Fue éste un año intenso en España. Se habían
producido las matanzas de Atocha, las legalizaciones de PCE, CGT, CC.OO y UGT y
las primeras elecciones democráticas. Se dividía la sociedad española en una
derecha temerosa a los cambios que se estaban produciendo y que procuraba a
toda costa mantener sus privilegios, frente a una izquierda activa y luchadora
que, sin dejar de respetar el proceso democrático, movilizaba a las masas con
sus reivindicaciones. Se habla en las calles andaluzas de Blas Infante, de la
discriminación con respecto a otras regiones, de autonomía y sobre todo hay un
fervoroso deseo de dejar atrás las oscuras décadas de atraso fascista.
El
asesinato –aún impune- de García Caparrós ocurrió hace 37 años. Si aquel
disparo cobarde hubiese errado su blanco, Manuel José podría haber cumplido en la actualidad los 56.
En
perspectiva, el tiempo en el que sus ojos se cerraron no se diferencia tanto
del tiempo que nuestros ojos ven ahora. Fuerzas reaccionarias se aferran con
sus garras invisibles a sus reservas de poder: sustituyen con urgencia al
monarca anciano por el hijo sin cuestionarse siquiera si ese proceso debe ser
discutido por el pueblo, un pueblo mediatizado llora la muerte del aristócrata
que nunca hizo nada por ellos y que atesoraba sus tierras, las tierras crían
pasto ajenas a las manos desocupadas de los obreros, los obreros observan
impasibles cómo vuelan sus derechos uno a uno y creen que sólo pueden rezar,
rezan los sacerdotes en nuestros parlamentos y nos sermonean sobre lo que
debemos creer, y cree el pueblo en lo que le venden los medios del capital sin
cuestionarse su veracidad.
Puede
que hoy no se disparen ruidosas balas de plomo como en el 77. Pero en silencio
sigue habiendo víctimas. Nos matan silenciosamente al condenarnos a formar
parte de los seis millones de su ejército industrial de reserva, al explotarnos
bajo salarios infames y condiciones abusivas, al defenestrar a las familias de
sus casas, al exprimir nuestros bolsillos para extraer las monedas con las que
pagan sus desastres financieros y al alimentar el miedo poniendo cadenas a
nuestras reivindicaciones con sus leyes mordaza.
¿Hasta
cuándo vamos a esperar para que nuestras calles se vean de nuevo ocupadas por
millones de andaluces?
Los
andaluces queremos volver a ser lo que fuimos.
¡Andalucía,
despierta! ¡andaluces levantaos!
Nuestra DIGNIDAD
sigue en MARCHA
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